Finch: Distrito 5

Capítulo 1 
  Ya no me quedaba aliento, eran miles y yo una indefensa criatura. Seguí corriendo, hasta que sentí que ya no me seguían, me detuve y caí rendida en el suelo. Mi corazón palpitaba a mil por hora y no había forma de regular la respiración. Levanté la cabeza y a lo lejos se veían pequeños puntitos que rugían y se hacían cada vez más grandes, intenté pararme pero mis pies y mano estaban atados con cuerdas al suelo, intenté cortarlas pero una vez que las cortaba una nueva salía. Estaba desesperada y cada vez se acercaban más, hasta que ya podía distinguir sus afilados dientes salientes de su boca, blancos como la nieve. Me puse a gritar y a llorar desconsoladamente cuando de repente todos se lanzaron sobre mí, cerré los ojos y sentí un gran golpe en mi cabeza, los abrí y vi a mi hermana mayor atónita frente a mi cama; estaba soñando. Estaba muy sudada y me dolía mucho la garganta, al parecer no solo había gritado en el sueño. Me pasé la mano por lo ojos y estaban mojados; también había llorado.
- Tranquila Finch, fue solo un sueño - dijo mi hermana Lucy, me levanté y fui al baño. Tenía que bañarme, por más frío que hiciera debía bañarme. Abrí la llave y una vez llena la bañera me metí en la helada agua. Salí de ella enseguida y me vestí.
   La calle estaba toda cubierta de una capa blanca, hacía un frío terrible y al respirar se podía ver una pequeña nubecita salir de la boca. Es invierno y no hay mucho que recolectar. Caminé normalmente intentando no tiritar para no llamar la atención de los agentes de la paz, seguí caminando hasta llegar al enorme portón que separa a unas colinas con unas casa enormes y lujosas  del sucio distrito 5. Algunos llaman ese lugar la aldea de los vencedores. 
   Entré por un pequeño agujero por debajo del portón y me puse a buscar en los jardines de las casas. Solo hay una casa ocupada, por lo que mi búsqueda barca todas las demás.
   Con el tiempo he desarrollado un habilidad con las plantas; sé todos sus nombre y características; sé cuáles son venenosas y comestibles. Recuerdo cuando comencé a pasar a la aldea de los vencedores para buscar bayas; Lucy me dijo que nadie vivía allí así que lo intenté, luego al día siguiente, y así termine yendo cada día. Pero cuando un tributo de mi Distrito ganó evité hacerlo, pero con el tiempo me fui dando cuenta de que este habitante había caído, como todos los demás vencedores, en el alcohol y las drogas así que no se da cuenta de quien entra o sale de su jardín. 
   Buscando en el jardín de atrás de una de las casa desocupadas encontré una planta que nunca antes había visto, de colores muy distintos a los de las otras plantas;tenía un tallo azul y hojas verde oscuro, tenía unas bayas blancas y estaba salpicada de copitos de nieve. Me quedé mucho rato mirándola hasta que me decidí a llevarla conmigo. Tomé la pala de mano que llevaba conmigo y saqué un trozo de tierra junto a la planta, lo llevé con cuidado preguntándome su nombre y si era venenosa.
   Una vez que llegué a mi casa la dejé encima de la mesa de la cocina.
- ¡Mamá! ¡Papá! ¡ya llegué y traje algo! - nadie me respondía y se escuchaba llorar a alguien, entré a la pieza de mis papás y encontré todo destrozado y a Lucy llorando en el medio
- ¿Qué paso? - pregunté sin comprender nada
- Vinieron los agentes de la paz y se los llevaron - dijo entre sollozos
- ¿Por qué?
- Los encontraron fuera del Distrito, en el bosque - me puse a llorar junto a ella, nadie sabía qué podían hacerles; torturarlos, encerrarlos, desterrarlos, o incluso... matarlos.

Capítulo 2
   No podía entenderlo, ¿qué hacían en el bosque? no quería ni podía creerlo. Mis papás siempre fueron muy tranquilos y siempre habían le habían tenido miedo al capitolio, a romper las leyes, a los agentes de las paz... No entiendo cómo se atrevieron a cruzar esa cerca cuando saben los peligros y riesgos que eso implica. Solo había una alternativa.
- No salieron al bosque, los inculparon - dije muy segura a Lucy
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque creo conocerlos lo suficiente como para saber que no son capaces de romper alguna regla del distrito
- Pues si estás tan segura anda al edificio de justicia y convéncelos de que nuestros padres son inocentes - dijo sarcásticamente. Realmente no encontré que fuera una mala idea, pues al analizar la situación solo tenía dos opciones: ir a defenderlos o sentarme a esperar que vuelvan sanos y salvos, lo cual conociendo el sistema de Panem no pasará. Me paré, me sequé las lágrimas y corrí fuera de la casa. Al salir noté que estaba nevando, pero no me importó, pasé por encima de la nieve mojándome los pies y seguí corriendo, crucé la plaza y todos me miraban extrañados, pues al parecer no es habitual ver a alguien correr entre la nieve. Finalmente llegué a la entrada del edificio de justicia y le dije a la secretaria:
- Hola, quiero ver a mis padres
- Si claro entraron hace poco, pero dime ¿qué edad tienes?
- 18 - mentí - pero rápido ¡estoy apurada!
- Pasa, al final de las escaleras, el octavo piso la oficina 803 - no podía creerlo, justo cuando estaba más apurada había más escaleras. Subí rápidamente hasta el piso 3, pero en adelante mis pies no daban más. Como este edificio no es de los de mejor calidad los escalones son muy separados por lo que hay que esforzarse más y además hay agujeros en algunos en los que perfectamente alguien puede tropezar. Tuve que decirle a la secretaria que tenía 18 años pues solo tienen acceso al edificio mayores de 18 y trabajadores en la compañía del Distrito, un sistema bastante injusto.
   Cuando por fin vi el final de las escaleras recuperé fuerzas y me armé de valor para tocar la puerta, pero no me sentía capaz, primero quería escuchar qué les decían:
- ... ambos trabajan en la compañía del Distrito, pero no por eso son liberados. Cada habitante es penalizado por una falta tan grave como la que ustedes cometieron...
- ¡No hicimos nada! - interrumpió una voz masculina que supuse era mi papá
- ¡Silencio! tenemos un testigo que los vio  y que además nos indica que cortaron algunos alambres de la cerca por lo que se puede considerar una falta muy grave - ya no tenían escapatoria, llamé a la puerta y me permitieron pasar. Era una habitación estrecha, llena de cuadros con diplomas, había una silla en la que estaba sentada la entrevistadora: una señora de unos 30 años con cabello rosado y maquillaje en exceso de colores muy fuertes, venía del capitolio. Frente a ella un escritorio lleno de papeles y mis padres sentados frente a éste. Al entrar dije:
- Soy testigo y le puedo afirmar que ellos no han hecho nada
- ¿Quién es usted? - preguntó la entrevistadora
- Finch, su hija menor - mi mamá estaba llorando y en los ojos de mi papá pude ver reflejado el enojo que le causaba verme ahí defendiéndolos
- Bueno señorita, sus padres han cometido un crimen que tiene pena de muerte, ¿tiene algún hecho concreto que pueda usar a favor de ellos?
- Si, los conozco y sé que nunca harían dicho crimen
- ¡Eso no dice nada señorita! ¡Retírese si no quiere que llame a los agentes que esperan afuera! - gritó muy fuerte y casi sentí que se movió todo a nuestro alrededor, me quedé callada a punto de llorar, era verdad, eso no probaba nada. Unos segundos después del grito entró un hombre alto, esbelto y musculoso, vestido con un terno negro y una corbata café. Estaba rígido con una cara de enojo muy notable.
- ¿Qué son todos esos gritos? - la entrevistadora le explicó toda la problemática y mi aparición en la oficina, él sonrió y me preguntó - ¿cuántos años tienes?
- 15 - respondí sin entender la razón de la pregunta 
- Bueno, en ese caso la razón es simple: sus padres quedan libres a cambio de poner 8 papeletas con su nombre en la cosecha, problema resuelto. Buenas tardes - se despidió y se fue junto a la entrevistadora.
Capítulo 3
Nos quedamos solos, los tres en la diminuta oficina. Quería llorar, destruir todo en la habitación y salir corriendo a un lugar desconocido para nunca más volver, pero lamentablemente eso no será posible. Vi a mi mamá a los ojos por primera vez y vi una pena enorme, una pena que yo le produje. En lugar de librarlos, en lugar de ayudarlos empeoré las cosas. 
   Bajamos las escaleras y caminamos a casa, en silencio. Llegamos a casa y mi hermana corrió a abrazarlos con una alegría que no encajaba en el ambiente, se dio cuenta de que algo andaba mal:
- ¿Qué pasa?
- Pregúntale a Finch - dijo mi papá, todavía sin mirarme, ni yo a él. Avergonzada me fui a mi cuarto y cerré la puerta, me tiré en mi cama y me puse a llorar hasta sumirme en un sueño profundo.
   Desperté con la voz de mi mamá llamando a almorzar, pensé que todo lo que había pasado había sido un sueño. Fui a la cocina y me senté a la mesa normalmente. Nadie hablaba, mi mamá servía el almuerzo y mi papá prendía fuego en la vieja chimenea de la sala. De repente mi hermana llegó y se sentó, me miró enojada y dijo:
-¡Cómo te atreves! ¿Por qué siempre complicando la vida de los demás?
- ¡Ya basta! - dijo mi madre, mi ilusión de que estaba soñando se desvaneció - ¡es su vida! ella lo hizo con buena intención
- ¡No! - se incorporó mi papá - no importa la intención, es un daño y un acto de egoísmo hacia nosotros, Finch nuestra vida no importa, ya vivimos lo que teníamos que vivir, tu no, estás comenzando a vivir
- ¿Y qué pasa si no salgó en la cosecha? -pregunté esperanzada- ¿me perdonarás y olvidaremos ya este asunto?
- Por supuesto, pero son 8 papeletas, más las 3 de acuerdo a tu edad y las 5 teselas que has pedido, son  16 papeletas Finch! ya estás dentro, asúmelo y hazte cargo de tus acciones. - ahí comprendí, mis opciones son dos: que mi nombre no salga o ir a los juegos y ganarlos.La verdad no tenía nada más que decir, comí y me fui.
   Salí a caminar por entre la nieve, los labios se me congelaron y las manos se tornaron de un color morado, ya nada importaba. Fui al mercado y vagué por él, con la esperanza de encontrar a alguien a quien contar mis penas. No encontré a nadie, y toda la tarde estuve esperando y esperando a que todo se solucionara, a que hubiera una salida, a que de pronto volviera a comenzar el día, que volviera la pesadilla, a que nunca se me hubiera ocurrido salir de casa en busca de mis padres.
   Volví a mi casa y me dormí.Nuevamente soñé con esos monstruos que me intentaban comer, pero esta vez yo estaba en una jaula y ellos afuera, a punto de romper los delgados barrotes. Desperté sobresaltada pero no había nadie en casa, por suerte. Me siento avergonzada de mi actitud, nunca debí haber hecho algo así, no solo me daño a mi, también a ellos y eso no lo pensé. Faltan cinco días para la cosecha, y debo aprovecharlos.
   Salí, estuve con amigos, familiares y jugué en la nieve, pero nunca le dije nada a nadie. Todos me encontraban extraña, diferente, pero yo decía que no era nada y seguía con lo que hacía.
   Así pasaron los cinco días hasta que llegó la cosecha. Recuerdo que ese día ya no había nieve, un sol brillante se levantaba en el cielo para darme ánimo. Me arreglé y fui a la plaza, junto a mis amigas. Esperamos y esperamos pero la presentadora no llegaba, mi corazón aumentó su ritmo y mis nervios no daban más.
   Finalmente llegó, como siempre venía del capitolio. Supongo que en todos los distritos dicen la misma frase:
- Buenos Días! Felices Juegos del Hambre! y que la suerte esté siempre de su lado - mostraron una grabación sobre los días oscuros para hacernos sentir culpables y que pensemos "si salgo no importa, me lo merezco", lo cual en mi caso no funciona. Al finalizar cantamos el himno de Panem. - Muy bien, las damas primero - se acercó a una vasija de vidrio transparente y sacó un papel, no pude controlar mi corazón, sentía que todos me miraban porque lo escuchaban. Desdobló el papel ... y me puse a llorar.
Capítulo 4
Era un tren muy grande, de vagones lujosos y pasillos estrechos. Fui a mi asiento y me puse a mirar por la ventana cómo poco a poco mi distrito se alejaba de mi. Sin darme cuenta un lágrima cayó sobre mi mejilla, la sequé y sentí a alguien sentarse a mi lado, miré y era el otro tributo de mi distrito. Me saludó con una sonrisa enorme, como si fuera el mejor día de su vida, y fuéramos a un lugar muy feliz a pasarlo bien.
- ¿A qué se deben las lágrimas? - me preguntó, lo miré y le dije casi gritando
- ¿Es enserio? ¡Acaso no te das cuenta de que nuestros días están contados!
- Por supuesto que me doy cuenta, pero ¿acaso no te das cuenta de que por ser nuestros últimos días deberían ser los mejores? Sube tu ánimo. - al decir eso se paró y se marchó. Tenía razón, debería aprovechar mis últimos días. Aunque quién sabe, quizás gane y vuelva a casa. Fui por donde él había ido y llegué a una mesa llena de comida, con exquisitos manjares de todo tipo. No pude resistirme y fui a comer. El chico también estaba allí comiendo y al verme dijo:
- No tardaste mucho en hacerme caso
- Para nada - dije tomando otra actitud
- ¿Cómo te llamas? creo que no nos conocemos
- Finch
- Yo me llamo Strick, vivo en la parte baja del distrito. Yo creo que te he visto en la aldea de los vencedores
- ¿Enserio? ¿Estás seguro de que era yo? - me sentía avergonzada, pensé que nadie me había visto, pero me miró con una cara que ya no lo podía negar - ¿Alguien más me ha visto?
- En realidad toda mi familia, y mis vecinos, creo que todos. De hecho ahora cuando me despedí de mis amigos y familia me aconsejaron que estuviera cerca tuyo, eres muy escurridiza y eso me podría servir - me reí y seguí comiendo. Al terminar volví a mi asiento y dormí.
   Me despertó la voz masculina que me daba la bienvenida al capitolio. Me levanté y el hombre salió corriendo. Tomé mis cosas y salí del tren. Me sentía atontada, como si no entendiera nada, como si todo fuera nuevo. Nos bajamos en una estación de trenes que era enorme, mucho más grande que en la cual abordé el tren, una estación que creo que podría perfectamente ser del tamaño del distrito, lleno de gente con peinados extraños y hablando como pavos, como si tuvieran algo en la boca. En todo el recinto había carteles brillantes con comida y todos pasaban por el lado, ojalá supieran la suerte que tienen cuando nosotros a escondidas podemos comer para no morir de hambre. Me llamó mucho la atención cómo vestía la gente: peinados extravagantes, de colores antinaturales y ropa muy escotada, en el caso de las mujeres, y muy ajustada, en el caso de los hombres. Los miraba a ellos y luego me miraba a mí, realmente no hay otra forma de describirlo, pues era un bicho raro. Este bicho raro moriría en unos días para divertirlos, para hacerlos reír, para tener un motivo de reunión con amigos, para ganar o perder dinero... en fin, sin conocer a nadie, los odiaba a todos.
   Nos subimos a un auto muy grande que nos llevó a un edificio enorme, entramos y los muebles eran como de fantasía, con formas y colores extraños, todos eran poco útiles pero muy decorativos. Subimos por un ascensor y llegué al cual sería mi cuarto. Entré al baño y era como del tamaño de toda mi casa, y junto a la habitación en donde estaba la cama era como si se unieran mi casa y la de mi vecino, me sentía como en una casa de gigantes.
   Mientras admiraba todo esto entró una mujer ya mayor, vestida un poco más normal y se presentó:
- Hola, tu debes ser Finch. Me llamo Rachel y soy tu tutora.
- Hola, si yo soy Finch. Eso quiere decir ¿ganaste los juegos?
- Por supuesto, los 69° para ser exactas - sonrió y me recomendó que me diera una ducha porque olía mal, realmente ese comentario me molestó mucho y quise ignorarlo. Me dijo que después de ducharme iría con mi estilista. Esperé a que se fuera y corrí al baño, no supe encontrar la llave por lo que simplemente tomé un montón de botellas que había sobre el lavabo (que supuse que eran perfumes) y me las eché encima. Una vez lista salí de la habitación, esperé en el pasillo hasta que escuché unos pasos.

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